‘Podría haber entrado en cada casa’

24 August 2018

En febrero de 1897, Elizabeth McCune se preparó para hacer un viaje a Inglaterra, Francia e Italia. Aunque hacer turismo estaba en su agenda, ella buscó también un propósito espiritual en el viaje.

Elizabeth McCune

El 11 de marzo de 1898, la Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días llevó a cabo la usual reunión de trabajo que resultó tener una enorme trascendencia. El presidente Wilford Woodruff y sus consejeros, Joseph F. Smith y George Q. Cannon, habían recibido recientemente unas cuantas cartas de presidentes de misión de todo el mundo solicitando hermanas misioneras1; Una de esas cartas provenía de Joseph W. McMurrin, de la presidencia de la Misión Europea, que enviaba “ejemplos de cómo las hermanas tenían mucho más éxito enseñando en Inglaterra que los élderes, quienes apenas podían hacerse oír”. Él creía, continuaba la carta, “que si un número de mujeres brillantes e inteligentes fueran llamadas a servir misiones en Inglaterra, los resultados serían excelentes2

“Si un número de mujeres brillantes e inteligentes fueran llamadas a servir misiones en Inglaterra, los resultados serían excelentes”.

Joseph W. McMurrin
Presidencia de la Misión Europea

Después de analizar el tema, la presidencia decidió llamar y apartar a hermanas solteras como misioneras y darles, por primera vez en la historia de la Iglesia, certificados que las autorizaran a predicar el Evangelio. El cambio abrió la puerta a una nueva era en la obra misional de los Santos de los Últimos Días y a una nueva era para las mujeres de la Iglesia,

y, sin Elizabeth McCune, McMurrin tal vez nunca habría escrito esa carta.

Elizabeth Claridge nació en Inglaterra en 1852 y se crió en Nephi, una zona rural de Utah. Cuando tenía 16 años, su padre, Samuel, respondió al llamado de Brigham Young de liderar el desalentador asentamiento de la Misión “Muddy” en el desierto, que llegaría a ser lo que hoy se conoce como el sur de Nevada. Cuando regresó al norte, unos años después, se casó con el amor de su infancia, Alfred W. McCune, un prometedor hombre de negocios. En poco tiempo, una impresionante serie de éxitos en los negocios catapultó a Alfred y Elizabeth en su posición social como una de las familias más acaudaladas de Utah.

No obstante, esta riqueza trajo consecuencias para Elizabeth. Cada vez más preocupado con sus asuntos de negocios, Alfred se distanció de la Iglesia. Desolada por este acontecimiento, Elizabeth continuó siendo una leal compañera para su esposo, orando para que, con el tiempo, él sintiera renacer su fe. Por su parte, ella consideraba su riqueza una mayordomía, y se aseguraba de que su familia hiciera generosas donaciones a las causas de la Iglesia y ayudara a amigos y familiares necesitados. Además dedicaba el tiempo que su situación le permitía a prestar servicio en la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes de su barrio, y a llegar a ser una perspicaz genealogista.

Un viaje por Europa

En febrero de 1897, los McCune se prepararon para embarcarse en un largo viaje por Europa. Su viaje los llevaría a Inglaterra, el país natal de Elizabeth, así como a Francia e Italia. Mientras la familia planeaba hacer mucho turismo, Elizabeth veía el viaje, en parte, como una oportunidad para impulsar su investigación genealógica.

“Tu mente será tan clara como la de un ángel cuando expliques los principios del Evangelio”.3

Lorenzo Snow bendice a Elizabeth McCune

Tomándose esta investigación como una tarea espiritual, le pidió al presidente Lorenzo Snow una bendición del sacerdocio antes de emprender el viaje. Sus palabras sugirieron un propósito espiritual más: “Entre otras hermosas promesas, dijo, ‘tu mente será tan clara como la de un ángel cuando expliques los principios del Evangelio’”4 . El sentido de esas palabras se hizo aún más impactante para Elizabeth a medida que los acontecimientos de su gira europea se develaban.

En el momento de su viaje, Elizabeth era una madre de cuarenta y cinco años y siete hijos. Sus cuatro hijos menores5 la acompañaron en el viaje, y ella esperaba con ansias reunirse con su hijo de diecinueve años, Raymond, que en aquel entonces servía una misión en Gran Bretaña. Al llegar a Inglaterra, la familia McCune alquiló una casa en Eastbourne, la ciudad turística de moda. La casa “era grande y espaciosa, los terrenos amplios y hermosos”6. Ella invitó a Raymond y algunos de los otros élderes del área a quedarse con la familia.

Elizabeth y su hija Fay acompañaban con frecuencia a los élderes a sus reuniones en la calle o en el paseo marítimo de Eastbourne. Cantaban himnos para atraer la atención de la multitud y sujetaban los libros y los sombreros de los élderes mientras ellos predicaban7 . Después de esas reuniones, los élderes invitaban a los interesados a visitarlos en el número cuatro de Grange Gardens, la residencia temporal de la familia McCune. Esto suscitaba, inevitablemente, miradas de sorpresa. Al fin y al cabo, los élderes mormones generalmente vivían en circunstancias mucho más humildes.

Su experiencia al reunirse en las calles y distribuir folletos de puerta en puerta con los élderes8 le demostró a Elizabeth que podía soportar sin temor una ocasional mirada despectiva. Sin embargo, ella esperaba desempeñar un papel más activo en la predicación del Evangelio. Decía que “a veces tenía un ardiente deseo de hablar, sintiendo que, al ser una mujer, podría atraer más atención que los jóvenes y así hacer lo bueno”, aunque le preocupaba que al “[tener] este privilegio, tal vez habría fallado por completo a pesar de desear tan fervientemente el éxito”. Esa oportunidad llegaría, y antes de lo que habría esperado.

'El difamador Jarman'

Durante las décadas de 1880 y 1890, un ex miembro llamado William Jarman viajó por toda Inglaterra promocionando su libro recientemente publicado contra los mormones. Sus ataques sin trabas a la iglesia y sus escandalosas afirmaciones acerca de la vida en Utah, no sólo causaron un gran revuelo debido a su sensacionalismo, sino que parecían estar apoyados y validados por su condición “privilegiada” de antiguo miembro. En pocas palabras, él representaba un grave problema de cómo se percibía a la Iglesia9 . Sus afirmaciones acerca de las mujeres mormonas y sus funciones eran particularmente desfavorables y los líderes de la misión vieron que resultaban difíciles de rebatir con una fuerza de hombres jóvenes misioneros.

La fecha de la conferencia semestral de Londres se acercaba a medida que 1897 llegaba a su fin. Los Santos del área de Londres se reunieron el 28 de octubre en el ayuntamiento de Clerkenwell para recibir instrucción de sus líderes locales. Elizabeth McCune estaba entre aquellos que asistieron a la sesión de la tarde. La sala estaba “llena de miembros y visitantes, y algunos de los presentes eran personas muy distinguidas”. El presidente Rulon S. Wells y su consejero, Joseph W. McMurrin, dirigieron la asamblea. Sus observaciones conmovieron tanto a Elizabeth que sintió que “toda la congregación debía haberse convertido por el poder manifestado”.

McMurrin habló de “las vulgares falsedades que Jarman y sus hijas habían hecho circular tan laboriosamente sobre mujeres mormonas, las cuales afirmaban que vivían confinadas en Utah en ignorancia y en condiciones degradantes”. Luego, para el asombro de Elizabeth, dijo: “En este momento tenemos con nosotros a una dama de Utah que ha viajado por toda Europa con su esposo y su familia, y al oír de nuestra conferencia se encuentra con nosotros. Vamos a pedir a la hermana McCune que tome la palabra esta noche y les hable de su experiencia en Utah”10

Más tarde, ella confesó con franqueza que el anuncio “casi [la] hizo morir[se] de miedo”. McMurrin invitó a todos los presentes a que invitaran a sus amigos a la reunión de la noche para escuchar a “la dama de Utah”. Elizabeth McCune dijo: “Los élderes me aseguraron que podía contar con su fe y sus oraciones, y yo misma uní mis fervientes súplicas a mi Padre Celestial en busca de ayuda y apoyo”; y agregó con modestia: “Le dije en mi corazón: ‘¡oh, si sólo una de nuestras buenas oradoras de Utah estuviera aquí para aprovechar esta oportunidad, cuánto bien podría hacer!’”11

‘La dama de Utah’

A medida que se acercaba la hora de la reunión de la noche, la sala comenzó a llenarse. El registrador de la conferencia apuntó: “A pesar de que se colocaron asientos adicionales en el salón y se abrió la galería, se tuvo que negar el ingreso a más personas”12. Se había corrido la voz y una multitud de curiosos se había reunido para escuchar a esta dama de Utah.

“Nuestros esposos están orgullosos de sus esposas e hijas; ellos no creen que ellas fueran creadas sólo para lavar los platos y atender a los bebés, sino que les dan todas las oportunidades para asistir a reuniones y conferencias y para dedicarse a todo aquello que contribuya a su educación y desarrollo. Nuestra religión nos enseña que la esposa tiene los mismos derechos y privilegios que el esposo.”

Elizabeth McCune

“Con una última oración”, recordó: “me levanté para dirigirme a la audiencia… Les dije que yo había crecido en Utah y conocía casi cada rincón del país y a la mayoría de las personas. Hablé de mis muchos viajes por América y Europa y les dije que en ningún otro lugar había encontrado mujeres que fueran tan estimadas y respetadas como entre los mormones de Utah”.

Elizabeth, continuó: “Nuestros esposos están orgullosos de sus esposas e hijas; no creen que ellas fueran creadas sólo para lavar platos y atender bebés, sino que les dan todas las oportunidades para asistir a reuniones y conferencias y para dedicarse a todo aquello que les sirva para su educación y desarrollo. Nuestra religión nos enseña que la esposa tiene los mismos derechos y privilegios que el esposo”13

El efecto de la presencia y las palabras de Elizabeth fue imponente. Este sencillo sermón de una mujer mormona había hecho más para disipar el estigma provocado por Jarman que todos los esfuerzos de los élderes. Después de la reunión, varios desconocidos se acercaron a ella. Uno dijo: “Si más de sus mujeres vinieran aquí harían mucho bien”. Otro dijo: “Siempre tuve el deseo en mi corazón de ver a una mujer mormona y de escucharla hablar. Señora, usted lleva verdad en su voz y en sus palabras”14. Elizabeth concluyó: “Esta experiencia me abrió los ojos en cuanto a la gran obra que nuestras hermanas podrían hacer”.

El presidente McMurrin, tomando buenos apuntes de los resultados de esa reunión, invitó a Elizabeth a acompañarlo el siguiente domingo a la conferencia de Nottingham. Ella habló en Nottingham junto con su hijo Raymond. Su tema: “Las condiciones de las personas en Utah”15. Recordaba que “después de esto, cada rama quería que fuera a hablar en sus reuniones. Decían que, si lo hacía, los salones se llenarían de gente”16

Su inminente partida a Italia impidió que tuviera más oportunidades para hablar, pero la semilla había sido plantada. El presidente McMurrin estaba convencido de que los esfuerzos [de Elizabeth] habían sido “el medio de disipar mucho prejuicio”. Él escribió una carta a la Primera Presidencia poco después de la partida de la familia McCune. Otras cartas privadas escritas desde Gran Bretaña a las autoridades de la Iglesia en Utah se hicieron eco de esta misiva, citando “el gran peso que tuvo el testimonio compartido por las hermanas de Utah en esa nación” y el modo en que ayudaron a suplantar las “viejas ideas erróneas” con un enfoque más equilibrado17

Poner el plan en marcha

En las semanas siguientes comenzó a extenderse la noticia de la decisión que había tomado la Primera Presidencia el 11 de marzo de 1898 de llamar hermanas misioneras. En una actividad llevada a cabo por las mesas directivas de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de los Hombres y las Mujeres Jóvenes, el presidente George Q. Cannon, anunció: “Se ha decidido llamar al campo misional a algunas de nuestras sabias y prudentes hermanas”18, y habló de la contribución de Elizabeth McCune y de otras mujeres. Joseph F. Smith también habló a las líderes de las Mujeres Jóvenes sobre esta “gran obra que tienen por delante las hijas de Sión”19

“Se ha decidido llamar al campo misional a algunas de nuestras sabias y prudentes hermanas”

George Q. Cannon
Consejero de la Primera Presidencia

En la Conferencia General de abril de 1898, el presidente Cannon anunció a una audiencia más amplia de la Iglesia la decisión de llamar hermanas misioneras de manera constante. Él habló de una mujer que “estaba tan contenta de haber conocido a una de nuestras hermanas —una mujer inteligente que no parecía una pobre y oprimida esclava— que se unió a la iglesia. Sin duda, fue debido al hecho de comprobar que las mujeres eran tan inteligentes, pulcras y elegantes en su ámbito, como lo eran los caballeros en el suyo”. Cannon señaló que, aunque las hermanas no pueden administrar ordenanzas, “ellas pueden dar testimonio; pueden enseñar, repartir folletos y hacer muchas cosas que ayudarían a la propagación del evangelio del Señor Jesucristo”20

El 1 de abril de 1898, Amanda Inez Knight y Lucy Jane Brimhall fueron apartadas y acreditadas como las primeras misioneras solteras de proselitismo en la historia de la Iglesia. Ambas fueron asignadas a la Misión Europea y, a los tres días de su llegada el 21 de abril, comenzaron a hablar en las reuniones de rama, en las calles y en las conferencias, siendo presentadas como “mujeres mormonas de la vida real”. Prestaron especial atención a su deber de visitar “a desconocidos con ideas extrañas sobre la Iglesia y sus miembros”21 . Knight y Brimhall fueron las primeras de decenas de miles de mujeres que han servido como misioneras en una tradición que continúa hoy en día.

Elizabeth McCune tendría más oportunidades de participar en la obra misional en los siguientes años22. Más tarde ofreció esta perspectiva sobre su experiencia como precursora23: “En el extranjero siempre tuve un ardiente deseo en mi corazón de ofrecer a los hijos de nuestro Padre lo que yo sabía era la verdad. Dondequiera que fuera, si tenía la oportunidad de conversar con las personas, siempre acababa sacando este tema, que era lo más importante para mí. A menudo tenía el privilegio de proclamar el Evangelio a personas que nunca antes habían oído de él. En ocasiones me preguntaba, '¿por qué me siento así si no soy una misionera?’ Un día le dije a mi hija que creía que no estaba muy distante el día en que las mujeres serían llamadas a la misión. Con frecuencia sentía que, si hubiese sido comisionada por Dios tal como lo habían sido los hombres jóvenes, yo podría haber entrado en cada casa y entablado una tranquila conversación religiosa con las personas, compartiendo cada una mi sincero testimonio”24