“Una vida más feliz y abundante”
Santos en Brasil viajan doce días para asistir al templo
Sólo dos años después de que se estableciera una misión en el corazón de la selva amazónica, más de un centenar de santos de Manaos, Brasil, tomaron la decisión de ir al templo, sin que les importaran las dificultades del viaje.
Y el viaje sería difícil. En 1992, cuando los miembros de Manaos decidieron a ir al templo, el más cercano se encontraba en el otro extremo de su extenso país, en São Paulo. El viaje habría resultado fácil por aire, pero los santos de Manaos no contaban con los medios económicos como para comprar boletos de avión. Así que los líderes de la Iglesia planificaron un viaje en barco y autobús, en lugar de viajar por avión. El viaje, que abarcaría unos 3.200 kilómetros durante seis largos días —cada trayecto—, representaba un sacrificio enorme para muchos miembros brasileños1.
Benedito Carlos do Carmo Mendes Martins, su esposa y sus tres hijos, ahorraron cuidadosamente su dinero para poder hacer el viaje y sellarse en São Paulo. Sin embargo, después de tanto esfuerzo, las dos semanas de permiso que Martins tenía para ausentarse del trabajo fueron demasiado para su jefe. Su supervisor le dijo que tenían mucho trabajo y que, simplemente, no podían darle ese tiempo libre.
La familia Martins oró pidiendo un milagro, que ocurrió el día antes de la fecha en la que estaba programada la salida del barco desde Manaos.
“Me diagnosticaron que tenía parásitos”, dijo Martins. “¡Me alegré mucho de estar enfermo!”.
Con un formulario médico en la mano que le permitía tener dos semanas de reposo debido a su enfermedad, Martins y su familia se marcharon del puerto de Manaos a la mañana siguiente, con un grupo de 102 santos, en dirección al templo2.
Los santos recorrieron más de 644 kilómetros en barco, durmiendo en hamacas en espacios abarrotados en cubierta, pero agradecidos por el aire fresco y la comida. Cuando llevaban dos días de viaje, el grupo celebró el octavo cumpleaños de una niña que iba a bordo con una parada en una playa, para que su padre pudiera bautizarla, tras asegurarse de que en el agua no hubiera pirañas ni caimanes3.
Al día siguiente, el grupo llegó a Humaitá y se subió a un autobús. Aunque iban a viajar mucho más rápido durante los tres días siguientes, les resultó difícil. Allí donde había carreteras, la mayor parte estaba en mal estado, y el grupo viajó de día y de noche por terrenos abruptos para aprovechar el tiempo al máximo. Por el camino se detuvieron en capillas SUD o en casas de miembros, que se habían organizado para darles de comer. Tuvieron muchos problemas mecánicos con el autobús, pero los santos siguieron adelante, a menudo llegando tarde a las paradas para comer, pero siempre encontraron a miembros que seguían esperándolos4
Seis días después de su salida, los 102 brasileños de Manaos llegaron al Templo de São Paulo. Durante los cuatro días y medio siguientes, los miembros efectuaron la obra del templo, en la cual recibieron ordenanzas para ellos mismos y para sus familias. Para muchos de ellos, se hizo realidad un sueño que habían esperado durante mucho tiempo.
“Hoy voy al templo por primera vez”, escribió una mujer. “Ayer celebré mi vigésimo aniversario como miembro de la Iglesia; tantas horas, días y años de espera y preparación. Mi corazón rebosa de gratitud y felicidad por mis amigos, los líderes del sacerdocio y, sobre todo, Jesucristo, Su expiación y esta oportunidad de ir a la casa de mi Padre Celestial”5.
El fin de semana siguiente, los santos iniciaron el viaje de vuelta a casa. Regresaron por el mismo largo camino hacia el norte y llegaron sanos y salvos a Manaos, dieciséis días después de salir, agradecidos para siempre por lo que habían conseguido6.
“No tengo ninguna duda de que, si guardamos los convenios que hacemos en el templo, tendremos una vida más feliz y abundante”, escribió un hombre. “Amo a mi familia y haré todo lo que pueda para que estén conmigo en el Reino Celestial”.
Para el hermano Martins, esas dos semanas dieron mucho más resultado que el medicamento que su médico le había recetado para eliminar los parásitos de su cuerpo.
“Regresé a casa con fe en las ordenanzas del templo y con un testimonio de ellas”, dijo, “sobre todo de la ordenanza mediante la cual me sellé a mi esposa y mis tres hijos”7.