Llevar el Evangelio a casa, a Camboya
Cómo Vichit Ith llevó su nueva religión a su tierra natal
Fantasmas del pasado
Cuando Vichit Ith era adolescente, todo su mundo parecía estar desmoronándose. De vez en cuando podía sentir desde lejos temblores causados por los bombardeos de los B-52 a medida que la Fuerza Aérea de los Estados Unidos lanzaba cerca de tres millones de toneladas de explosivos en su Camboya natal, ya que la guerra se había esparcido del vecino país de Vietnam1. Durante el mismo período, un golpe de estado depuso la monarquía y una milicia comunista secreta, conocida como los Jemeres Rojos, comenzó a obtener apoyo y a abrirse un cruento camino hacia la capital del país. Para muchos camboyanos, la vida era tan terrible entonces como en las épocas más violentas que se describen en el Libro de Mormón, y los eruditos aún tienen dificultades para entender qué factores causaron que una sociedad relativamente pacífica se desmoronase tan rápidamente. “Nunca entendimos lo que realmente sucedió”, dijo Vichit más tarde acerca de su propia experiencia; “sólo veíamos a la gente morir”2.
El padre de Vichit, Pao Ith, hizo lo que pudo para proteger a su familia. Como experto en ingeniería forestal educado en Francia, Pao valoraba la educación y el servicio público. También sabía que sus hijos encontrarían pocas oportunidades de aprender en la zona de guerra en que Phnom Penh se había convertido. En 1974 envió a Vichit a estudiar a las Filipinas y a la madre y tres hermanos de Vichit a Francia. No obstante, el propio Pao se quedó, con la esperanza de que el final de la guerra trajera nuevas oportunidades de usar su conocimiento para el bien del país y de la población. En lugar de eso, el victorioso régimen de los Jemeres Rojos se volvió en contra del pueblo. Uno de cada cuatro camboyanos, incluido Pao Ith, moriría bajo su dominio.
Tras la rendición de Phnom Penh a los Jemeres Rojos en abril de 1975, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados envió a Vichit un boleto de avión de ida para unirse al resto de los miembros de su familia en Francia. Llevó unas pocas pertenencias y “muchos fantasmas del pasado”. En París asumió la responsabilidad de ser el principal sostén para su madre y sus hermanos en su nueva vida como refugiados. Tenía diecinueve años.
El síndrome del tazón de arroz
En Francia, Vichit trabajaba en todo lo que podía para mantener a su familia mientras tomaba cursos por correspondencia en su poco tiempo libre a fin de prepararse para ir a la universidad. Su gran esfuerzo dio fruto: en 1977 se le ofreció una beca para estudiar sociología en la Sorbona. “Después de lo que me pasó en Camboya, me sentía muy atraído hacia el estudio de las ciencias sociales”, recordó. Aunque sus notas estaban entre el diez por ciento más alto de su clase, la esperanza de encontrar respuestas por medio de sus estudios pronto dio paso a la preocupación en cuanto a cómo ganaría lo suficiente para mantener a su familia con un título en sociología. Impulsado por la necesidad de poner el “tazón de arroz” en primer lugar, Vichit cambió de universidad para estudiar la carrera de Negocios Internacionales.
Como budista, se dijo a sí mismo que podría dedicarse a buscar la paz y la reconciliación espiritual con el pasado cuando terminara su carrera. “Sólo deseaba retirarme y prepararme para mi muerte, e ir a meditar como ermitaño a algún lugar para alejarme realmente de este mundo”, dijo. “Después de ver a todas las atrocidades de la guerra y demás, […] esto era algo que en verdad quería hacer”.
Mientras tanto, se ocupó de lleno a su trabajo. Para obtener experiencia en ventas, aceptó un trabajo como vendedor de “medias, calcetines y otros artículos” para mujeres en la zona rural del centro de Francia. Dado que allí casi nadie había visto a un camboyano antes, en ocasiones se sentía “como E.T.”, pero su experiencia lo ayudó a prepararse para su siguiente trabajo con una firma mundial de comercio de productos básicos. Rápidamente ascendió de vendedor a director de área para las regiones de Oriente Medio y Lejano Oriente; de pronto parecía que el mundo entero se abría ante él al viajar por Siria, Arabia Saudita, Egipto, Sudán, Tailandia y Singapur.
No necesitas estar solo
Pero faltaba algo en su vida. Conoció a una mujer llamada Tina Khoo en una cita a ciegas en Singapur y se sintió interesado por ella, pero su apretada agenda le hacía difícil progresar en su relación. Un año después de conocer a Tina, Vichit comenzó a sentirse “agotado en [su] trabajo debido a tanto viaje y decidió renunciar y regresar a Singapur para dedicarse a su relación con [su] novia”.
No obstante, cuando Vichit mencionó el tema del matrimonio, “Tina le dijo que no se casaría si no era en el templo de su Iglesia”. Al principio, Vichit no creyó “que aquello fuera un problema. En Singapur había templos por todas partes”3. Sin embargo, pronto comprendió que tendría que aceptar su religión SUD a fin de realizar el convenio de matrimonio con ella. Cuando su anterior compañía le ofreció un puesto de trabajo en Egipto, con menos estrés y viajes, Vichit decidió aceptar la religión de Tina para poder llevarla con él a El Cairo como esposa.
Sin embargo, Vichit no sabía mucho acerca de esa religión. “Básicamente, lo único que había escuchado acerca de la Iglesia era la poligamia”, recordó, y que esa práctica había terminado en la Iglesia mucho antes de que desapareciera en Camboya. Tenía muchas enseñanzas nuevas que interiorizar mientras se apresuraba a recibir las charlas requeridas con los misioneros, y también la ayuda de unas cuantas conversaciones de gran utilidad con un miembro francés del lugar y la sensación de que cualquier creencia que brindara seguridad a la que iba a ser su futura esposa “no podía estar tan mal”. Asimismo, algo sobre el espíritu del mensaje también le llegó al corazón. Al aprender, comenzó a reflexionar en su larga búsqueda de significado y su deseo anterior de llevar una vida espiritual tras su jubilación. Llegó a “creer que, en verdad, el Padre Celestial había contestado [sus] oraciones. ¿Por qué debía esperar tanto para tener una vida espiritual?” Por medio del Evangelio restaurado, él ya podía vivir una vida consagrada. “Puedes hacer muchas cosas maravillosas ahora y no necesitas meditar tú solo en algún lugar de la montaña”.
Todos eran estadounidenses
Vichit Ith se bautizó en Singapur, el día antes de su boda, en 1987 y a la semana siguiente asistió a la capilla en El Cairo. Como camboyano con dolorosos recuerdos de la intervención militar en su propio país, le alarmó descubrir que muchos miembros en Egipto eran personal militar estadounidense, con frecuencia veteranos de Vietnam, que habían sido enviados para dar apoyo el ejército egipcio. El presidente de rama, Don Forshee, incluso “se parecía a Henry Kissinger4, lo cual no alivió en absoluto [su] estrés”. ¿Cómo podría Vichit adorar con un grupo en el cual no se sentía cómodo?
“Ése fue un difícil comienzo”, dijo. Las primeras impresiones espirituales que había sentido antes de su bautismo no eran suficientes por sí solas para sostenerlo a través del desafío cultural que afrontaba ahora. Los domingos, Vichit continuó llevando a Tina en auto a la capilla, pero esperaba afuera mientras ella asistía a las reuniones. El deseo de ella de compartir una vida en el Evangelio con su esposo parecía escaparse de sus manos.
Pero Tina no se daba por vencida con facilidad. Un día, durante la reunión de ayuno y testimonio, se paró en el púlpito y pidió a los miembros de la rama que le ayudaran a hermanar a su ausente esposo. “Necesito su ayuda; necesito que realmente entablen una amistad con mi marido y traten de encontrar maneras y medios para hablar con él y hacer que se sienta cómodo con la Iglesia”, dijo ella. Los miembros escucharon y Vichit les permitió entrar en su vida. “Realmente estaban haciendo lo mejor que podían”, dijo Vichit, y entonces aceptó invitaciones a cenas y actividades. Con el tiempo, su cada vez más estrecha relación espiritual con los miembros superó su impresión inicial sobre ellos. “Egipto fue un verdadero punto de inflexión en mi vida, gracias a todos los miembros allí, que eran maravillosos”, dijo Vichit. “Ellos me ayudaron mucho a obtener mi testimonio del Evangelio”.
Vichit aprendió que el Evangelio puede ayudar a superar diferencias intimidantes, tanto reales como imaginarias. “Al final, todos somos hijos de Dios y creemos en lo mismo”.
El regreso a Camboya
Mediante conversaciones con miembros de la Iglesia en El Cairo, Vichit se interesó en el programa de MBA de BYU y fue admitido allí5. Tina dio a luz a su primera hija en Provo mientras Vichit concluía sus estudios, y luego la familia Ith se mudó a Tailandia en donde Vichit se incorporó a su nuevo empleo.
Mientras la familia Ith vivía en Tailandia, las cosas comenzaron a cambiar en Camboya. En 1991, se admitió la intervención en el país de una misión de la ONU para ayudar a promover la paz y a reconstruir después de tantos años de destrucción. Y aunque los combatientes Jemeres Rojos continuaban activos en las zonas rurales, se anunciaron las primeras elecciones libres de la nación en 1993.
La gente comenzó a ponerse en contacto con Vichit. El príncipe Norodom Ranariddh, hijo del rey que había empleado al padre de Vichit, se presentaba como un candidato en las elecciones e invitó a Vichit a unirse a su partido y a su gobierno allí. El presidente de la Misión Tailandia, Larry White, sintió que había llegado la oportunidad de llevar la Iglesia a Camboya y se sintió inspirado a preguntar al hermano Ith si estaría dispuesto a ayudar.
Al principio, Vichit dijo que no a ambos hombres. Al príncipe Ranariddh le dijo simplemente: “Yo no soy un político”. Con el presidente White fue más directo: “No me pidas que regrese a Camboya porque estoy muy traumatizado por lo que viví y experimenté allí”. Al mismo tiempo, Vichit tenía un sentimiento persistente: “Ciertamente no te puedes esconder de tu pasado”. Cuando su país y su Iglesia continuaron pidiéndole que regresara, él lo reconsideró. Siguió hablando con el presidente White “y entonces, un día, [se encontró] en un avión rumbo a Camboya con él”.
Bendecir la tierra
El 29 de abril de 1993, el grupo de cinco Santos de los Últimos Días que iban en el avión—John y Shirley Carmack, Larry y Janice White y Vichit Ith—aterrizó en la pista llena de baches del aeropuerto sin reparar de Phnom Penh. Una prima de la madre de Vichit que trabajaba en el Ministerio de Asuntos Exteriores camboyano, los recibió en el aeropuerto y los acompañó a su primera reunión con funcionarios del gobierno.
Después de una alentadora primera reunión, los dos matrimonios, Carmack y White, acompañaron a Vichit a visitar la casa de su infancia. Decir que las cosas habían cambiado sería quedarse corto. “Estaba ocupada por un general camboyano y en una esquina de su habitación [de Vichit] cuando era niño había un rifle AK-47 automático”, recordó el presidente White. Sin embargo, lo que más sorprendió a Vichit en medio de todas las señales de tumulto fue ver cómo los árboles de mango que rodeaban su hogar y eran pequeños cuando él era joven, “ahora eran grandes y estaban cargados de verdes frutos”6.
Regresar a la casa que había compartido con su padre en tiempos de paz y de guerra le trajo a Vichit vívidos recuerdos. Cuando se fue de allí, él no sabía que nunca volvería a ver a su padre. Nunca tuvo la oportunidad de expresar su gratitud por última vez o de darle un último adiós. Esa noche, Vichit le dijo al presidente White que “él siempre había querido que su padre estuviese orgulloso de él, y que ayudar a traer la Iglesia a Camboya tal vez haría realidad esa esperanza más que cualquier otra cosa que pudiera hacer”.
“Lloraba mientras hablaba”, recordó el presidente White. Y entonces, los cinco Santos de los Últimos Días se arrodillaron y oraron juntos. Como la autoridad que presidía el Área Asia, el élder Carmack “ofreció una bendición del sacerdocio sobre la tierra. Oró para que hubiera un espíritu de compromiso y reconciliación” entre las personas que permitiera que la paz prevaleciera, y que la esperanza de Vichit se hiciera realidad7.
Mucha esperanza para el país
En mayo de 1993 tuvieron lugar las elecciones de Camboya y un nuevo gobierno se estableció pacíficamente. Habiéndose convencido durante su visita en abril de 1993 de que había llegado el momento de servir directamente a su país, Vichit regresó a Camboya como asesor financiero del nuevo primer ministro y pronto llegó a ser presidente de la Junta de Inversiones de Camboya. Al mismo tiempo, trabajó directamente con el Ministerio de Culto y Asuntos Religiosos para obtener el reconocimiento oficial de la Iglesia en Camboya y para que los misioneros y otros representantes de la Iglesia consiguiesen los visados correspondientes. Esa labor fue esencial para preparar la vía para el bautismo, en mayo de 1994, de Phal Mao, la primera persona que se unió a la Iglesia en Camboya8.
Al observar el crecimiento de la Iglesia durante los años que siguieron, Vichit declaró estar “casi sorprendido de ver cuán fuerte era el testimonio de los nuevos miembros”. “Tenían hambre de paz y amor”, dijo, y su vida mostraba su compromiso de llevar esos principios a sus hogares y a sus comunidades. En particular, para Vichit resultó “espiritualmente gratificante” ver a conversos vietnamitas “unidos en el Evangelio” con sus hermanos y hermanas camboyanos a pesar de los malentendidos históricos entre ambos grupos étnicos.
Aun en los momentos en que le parecía que la labor de su gobierno por el país era lenta y difícil, Vichit podía acudir a la fe de los miembros y sentir “mucha esperanza por el país”. Él sintió que el mismo Evangelio, que había hecho de él “una mejor persona, un mejor esposo y padre”, podría ayudar a sanar su tierra natal. “La creencia de la Iglesia de llevar una vida sencilla y frugal, de trabajo arduo y servicio a la comunidad, es muy importante para Camboya”, dijo al periódico Phnom Penh Post en 1995.
Vichit también se sintió entusiasmado cuando las ramas de Camboya comenzaron a enviar misioneros a predicar en el extranjero. “Estoy muy feliz de que uno de mis ayudantes camboyanos de la oficina fuera uno de los primeros enviados a California como misioneros”, dijo Vichit. Su legado singular y su experiencia podrían ayudar a llevar el Evangelio a las personas que lo necesitaban por todo el mundo. Con el tiempo, dos de las hijas de Vichit también servirían: una en la Misión Taiwán Taichung y otra en la Misión Inglaterra Leeds9.
Hoy en día, cuarenta años después de ser enviado lejos de una Camboya afligida, Vichit mira a la joven generación de la Iglesia y ve “gran promesa para el país, la cual se basará en la rectitud”10. En cuanto al desarrollo económico que Camboya ha experimentado en los últimos veinte años, las personas que de manera individual llevan vidas buenas y tienden una mano de servicio activo los unos a los otros siempre serán su mayor recurso.