“Libre del cautiverio”

Elizabeth Maki

Prisionero alemán encuentra hogar en rama británica

Prisionero alemán encuentra hogar en rama británica

Cautivo en un campo de prisioneros de guerra en Inglaterra durante tres años después de que terminara la Segunda Guerra Mundial, Hermann Mössner convirtió su encarcelamiento en una especie de misión.

Criado en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a las afueras de Stuttgart, Alemania, Mössner tenía veinte años cuando se vio obligado a dejar a su esposa, Lore, y a su hijo que aún no había nacido para ir a la guerra en septiembre de 1944.

Con tan sólo dos meses de servicio, el regimiento de Mössner fue hecho prisionero cerca de la frontera de Bélgica y enviado a un campo de prisioneros próximo a Leeds, Inglaterra. El final de la guerra en Europa se produjo unos pocos meses más tarde, pero Mössner y muchos otros prisioneros de guerra fueron obligados a trabajar durante años antes de ser repatriados.

Siendo el único miembro de la Iglesia SUD entre los mil prisioneros de guerra alemanes, Mössner se unió a un grupo de cristianos devotos para asistir con ellos a las reuniones semanales en una capilla del campo. Cuando aquellos hombres adoraban juntos, Mössner aprovechaba la oportunidad para predicar el Evangelio restaurado y dar testimonio de él a sus compañeros de prisión.

Como todos los prisioneros de guerra, Mössner había sido despojado de sus pertenencias en el momento de su captura. Sintiendo profundamente la pérdida de sus libros de Escrituras, escribió a la oficina de la misión de la Iglesia en Londres y al poco tiempo recibió una Biblia y un Libro de Mormón, así como una visita de Hugh B. Brown, presidente de la Misión Británica, quien le dio una bendición e hizo los arreglos para que recibiera semanalmente visitas de George Camm, presidente de la Rama Leeds.

Camm y Mössner empezaron a reunirse cada sábado por la tarde en el campo de prisioneros para hablar del Evangelio, cantar himnos, orar y tomar la Santa Cena juntos1. Aunque hermanos en lo religioso, la amistad que ambos entablaron contradecía la época histórica en la que vivían.

“La primera vez que accedí al campo de prisioneros lo hice con cierto temor”, recordaba Camm. “De hecho, me parecía extraño caminar entre cientos de nuestros antiguos enemigos”.

Sin embargo, Camm fue recibido con cortesía por cada hombre con quien se topó y le impresionó rápidamente el hermano Mössner, a quien describió como poseedor de la “naturaleza y personalidad [más] bellas”.

“Debo admitir que más de una vez dejé el campo con lágrimas bañándome el rostro al recordar el férreo apretón de manos del hermano Mössner y su rostro nostálgico cuando nos despedíamos”, escribió Camm. “Siempre que me iba, solía decirme: ‘Le quiero, hermano’”2.

Con el tiempo, las reuniones de Mössner y Camm incluyeron a otros hombres del campo que, habiendo oído con frecuencia el testimonio de Mössner, pidieron sumarse a sus servicios de adoración de los sábados por la tarde. Durante la semana solían sentarte juntos sin Camm al final de la jornada de trabajo y cantaban himnos, oraban y escuchaban el testimonio de Mössner. Dentro de poco tiempo, dos de los prisioneros de guerra preguntaron si podían ser bautizados3.

“¡Qué alegría me dieron!”, escribió Mössner más tarde. Hechos los arreglos y obtenidos los permisos, “los santos británicos nos recogieron en el campo en un auto y nos condujeron al viejo centro de reuniones de la Rama Bradford, en Yorkshire, donde tuve el privilegio de bautizar a mis hermanos alemanes”4.

Según pasaba el tiempo y se flexibilizaban las restricciones, las reuniones pasaron de realizarse en el campo de prisioneros a celebrarse en la casa de Camm, hasta que con el tiempo Mössner y los otros prisioneros recibieron permiso para salir del campo todos los domingos y caminar cinco kilómetros hasta Leeds para asistir a las reuniones de la Iglesia5.

“Con las letras POW [Prisionero de guerra, en inglés] en la espalda y las perneras del uniforme, a menudo éramos objeto de burlas y escarnio”, escribió Mössner. “Aun así nos alegraba poder participar en la Escuela Dominical y las reuniones sacramentales… Nadie de la rama se ofendió por nuestro atuendo de prisioneros ni por nuestro mal inglés”6.

Lucy Ripley Bradbury, una miembro de hace muchos años de la Iglesia en Leeds, recordó que al principio a algunos miembros les resultaba difícil ver a soldados alemanes en los servicios de adoración cuando hacía tan poco que había acabado la guerra.

“Al principio, una o dos personas se mostraron reacias con él”, escribió con posterioridad, pero como Mössner asistía a la rama y prestaba servicio en ella —y con el tiempo fue llamado presidente de la Escuela Dominical—, y tanto él como los hombres que trajo consigo cantaban himnos y oraban con los santos en Leeds, “al poco tiempo desapareció la animosidad y surgieron grandes amistades”.

“Nosotros, que supuestamente debíamos ser enemigos, habíamos llegado a ese umbral al que se había referido el Señor Jesucristo cuando dijo: ‘Amad a vuestros enemigos’”, recordó ella, “y el amor fue mutuo”7.

A pesar de la oposición en el campo de prisioneros —por un tiempo a Mössner se le prohibió predicar en la capilla del campo de prisioneros después de que un sacerdote se quejara de las conversiones— Mössner siguió compartiendo su testimonio y pronto otros dos prisioneros de guerra solicitaron el bautismo.

“Nuevamente nos recogieron los miembros de la Iglesia a las puertas del campo”, escribió Mössner. “Con el poder y la autoridad del santo sacerdocio, y en el nombre de Jesucristo, se me permitió bautizar a mis amados hermanos”.

Más tarde, esa misma noche, la rama celebró una fiesta de Navidad en la que Mössner y los cuatro conversos alemanes —Willi Raschke, Wolfgang Krueger, Heinz Borchert y Erich Ruelicke— regalaron a los cuarenta niños de la Rama Bradford juguetes de madera que habían tallado durante semanas en la prisión.

Poco tiempo después, y lleno él mismo del espíritu de la obra misional, Raschke compartió su testimonio del Evangelio con un matrimonio que solía llevar pan a los prisioneros asignados a trabajar en la granja de un agricultor próximo a su casa. Esa pareja también se unió a la Iglesia, y cuando Mössner regresó a Inglaterra en 1974, la hija de aquel matrimonio era la esposa del obispo del Barrio Leeds8.

Finalmente, Mössner fue repatriado en mayo de 1948, convirtiéndose en el último de los cinco Santos de los Últimos Días alemanes del campo de prisioneros de guerra que había cerca de Leeds. Cuando regresó a su hogar en Stuttgart, a su esposa y al hijo al que aún no conocía, no lo hizo sólo como un soldado, sino como un misionero.

Más de dos décadas más tarde, el hijo de la familia Mössner, Jürgen, prestó servicio en la Misión Inglaterra Leeds. Cuando Hermann y Lore fueron a recogerlo a Inglaterra, Hermann Mössner se dirigió desde el púlpito a sus amigos que aún se reunían en la misma y vieja capilla de madera de Bradford. Después, algunos adultos le dijeron que todavía tenían los juguetes de madera que los prisioneros de guerra alemanes habían tallado con amor para ellos cuando eran niños9.

“Creo que el hermano Mössner es diferente de cualquier persona que he conocido”, escribió George Camm en 1947. “Él ama el Evangelio, lo vive, casi que lo respira…

“Cuando recibí la asignación de visitarlo, uno de los hermanos del distrito me puso la mano en el hombro y dijo: ‘Se le presenta una gran oportunidad de enseñarle muchas cosas a nuestro hermano alemán’. Debo confesar, sin embargo, que fui yo el que fue instruido. Si bien ahora soy mayor y llevo muchos años en la Iglesia, mi relación con el hermano Mössner me ha enseñado un nuevo significado de palabras como humildad, paciencia y amor fraternal”10.