La autobiografía de Jane Manning James

James Goldberg

Siete décadas de fe y devoción

Cortesía de la Biblioteca y los Archivos de Historia de la Iglesia

Jane Manning James nació en una familia de negros libres en Connecticut en 1822. Se unió a la Iglesia en 1841 y fue activa en la fe hasta su muerte en 1908. Durante sus casi siete décadas como miembro de la Iglesia, Jane vivió en los hogares de José Smith y Brigham Young, sobrevivió a la crisis de los grillos de 1850 y se bautizó por sus antepasados en el Templo de Salt Lake después de su dedicación. También crio ocho hijos, ayudó a sus vecinos en tiempos difíciles y compartió su testimonio del Evangelio.

Cerca del año 1900, Jane dictó la historia de su vida a Elizabeth D. J. Roundy, una pionera de la obra de historia familiar. La breve autobiografía representaba la vida de Jane como ella quería que se recordara: le dijo a la hermana Roundy que quería que “se leyera en su funeral”. Más de un siglo después de ese funeral, el ejemplo de Jane Manning James sigue inspirando a los Santos de los Últimos Días, y la breve reseña de su propia vida sigue siendo un valioso vínculo que nos conecta con la primera generación de aquellos que aceptaron el Evangelio restaurado.

Infancia y conversión

Aunque la esclavitud era poco común en Connecticut mucho antes de que se aboliera bajo la ley estatal en 1848, las condiciones eran difíciles para los habitantes negros del estado. Las oportunidades eran limitadas y la discriminación era intensa. Jane trabajó como sirvienta desde su niñez, pero la historia de su vida muestra su fuerte sentimiento de independencia y su profundo deseo de tener una experiencia religiosa más plena:

Cuando era una niña de solo seis años de edad, salí de mi casa y fui a vivir con una familia de personas blancas; sus nombres eran Sr. y Sra. Joseph Fitch. Eran personas ancianas y bastante ricas. Me crio la hija de ellos. Cuando tenía unos catorce años, me uní a la Iglesia presbiteriana. Sin embargo, no me sentí satisfecha; me pareció que había algo más que estaba buscando. Yo llevaba en esa Iglesia unos dieciocho meses cuando un élder de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días pasó por nuestra comarca [y] estuvo predicando allí. El pastor de la Iglesia presbiteriana me prohibió que los escuchara —después de oír que yo había expresado el deseo de escucharlos— pero, sin embargo, fui un domingo y estaba completamente convencida de que él había presentado el Evangelio verdadero y que yo debía aceptarlo.

El domingo siguiente fui bautizada y confirmada miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Unas tres semanas después, mientras oraba de rodillas, el don de lenguas vino sobre mí y asustó a toda la familia que estaba en la habitación contigua.

El viaje a Nauvoo

Al igual que muchos de los primeros Santos de los Últimos Días, los Manning anhelaban reunirse con el grupo principal de santos para ayudar a edificar Sion. En su reseña biográfica, Jane describió algunas de las pruebas habituales y extraordinarias que afrontaron en su viaje a Nauvoo:

Un año después de bautizarme, comencé el viaje hacia Nauvoo con mi madre, Eliza Manning; mis hermanos Isaac Lewis y Peter; mis hermanas Sarah Stebbings y Angeline Manning; mi cuñado, Anthony Stebbings; Lucinda Manning, una cuñada; y yo1

Iniciamos el viaje desde Wilton, Connecticut, y viajamos por el canal hasta Buffalo, N.Y. [Nueva York]. Debíamos ir a Columbus, Ohio, antes de que cobraran nuestros billetes, pero ellos insistieron en tener el dinero en Buffalo y no querían llevarnos más lejos. Así que salimos de la embarcación y comenzamos a caminar una distancia de más de 1200 kilómetros.

Caminamos hasta que se nos desgastaron los zapatos y nuestros pies estaban doloridos, llenos de llagas, y sangrando hasta que era posible ver toda la huella de nuestros pies con sangre en el suelo. Nos detuvimos y nos unimos en oración al Señor; le pedimos a Dios el Eterno Padre que sanara nuestros pies, y nuestras oraciones fueron contestadas y nuestros pies sanaron en ese momento.

Cuando llegamos a Peoria, Illinois, las autoridades amenazaron con meternos en la cárcel para quitarnos nuestros certificados de libertad. Al principio no sabíamos a qué se refería, porque nunca habíamos sido esclavos, pero él terminó por dejarnos ir, así que seguimos viajando hasta llegar a un río y, como no había puente, entramos directamente al agua. Cuando llegamos a la mitad, el agua nos llegaba hasta el cuello, pero lo cruzamos a salvo. Y entonces se volvió tan oscuro que apenas podíamos ver nuestras manos frente a nosotros, pero podíamos ver una luz en la distancia, así que fuimos hacia ella y descubrimos que era una vieja cabaña de troncos. Aquí pasamos la noche. [Al] día siguiente caminamos una distancia considerable y nos quedamos esa noche en un bosque al aire libre. La helada cayó sobre nosotros con tanta fuerza que parecía una ligera nevada. Nos levantamos temprano y seguimos nuestro camino, caminando por esa escarcha con los pies descalzos, hasta que el sol se levantó y la derritió. Pero recorrimos el camino regocijándonos, cantando himnos y dando gracias a Dios por Su infinita bondad y misericordia hacia nosotros al bendecirnos como lo había hecho, protegernos de todo mal, responder nuestras oraciones y sanar nuestros pies.

Con el transcurso del tiempo llegamos a La Harpe, Illinois, a unos cincuenta kilómetros de Nauvoo. En La Harpe llegamos a un lugar donde había una niña muy enferma. Le dimos una bendición, y la niña sanó. Después de eso, me enteré que los élderes habían desistido anteriormente, ya que no creían que pudiera vivir.

Y ahora, hemos llegado a nuestro destino, nuestro refugio de descanso, ¡la hermosa Nauvoo! Aquí pasamos por todo tipo de dificultades, pruebas y rechazos, pero finalmente llegamos a la casa del hermano Orson Spencer2. Él nos dirigió a la mansión del profeta José Smith3.

Llegada a la Mansión de Nauvoo

En el otoño de 1843, la casa de la familia Smith era una casa grande que también servía de hotel para los visitantes de Nauvoo. Ir allí proporcionó a la familia Manning un lugar donde quedarse mientras se establecían en la ciudad, y les dio la oportunidad de interactuar personalmente con el profeta. El relato de Jane aporta un valioso vistazo a la manera en que José y Emma entendían la hospitalidad:

Cuando la encontramos, la hermana Emma estaba de pie en la puerta y dijo amablemente: “Entren. ¡Entren!” El hermano José dijo a algunas hermanas blancas que se encontraban presentes: “Hermanas, quiero que ocupen esta habitación esta noche junto con unos hermanos y hermanas que acaban de llegar”. El hermano José colocó las sillas alrededor del salón, luego fue y trajo a la hermana Emma y al Dr. Bernhisel4 y nos los presentó.

El hermano José tomó una silla, se sentó junto a mí y me dijo: “Usted ha dirigido a este pequeño grupo, ¿verdad?”. Le dije: “¡Sí, señor!” Él dijo entonces: “¡Dios la bendiga! Me gustaría que ahora nos relatara las experiencias que han tenido en sus viajes”. Compartí con ellos todo lo que he dicho anteriormente y de manera mucho más minuciosa, ya que muchos detalles se han ido de mi memoria desde entonces. El hermano José dio una palmada en la rodilla al Dr. Bernhisel, y le dijo: “¿Qué le parece eso, doctor? ¿No es eso fe?” El médico dijo: “Bueno, sin duda lo es. Si yo hubiera estado en su lugar, ¡temo que habría desistido y regresado a mi casa!”. Él dijo entonces: “Dios los bendiga. Ahora están entre amigos y estarán protegidos”. Se sentaron y nos hablaron durante un rato, nos dieron palabras de aliento y buenos consejos.

Todos nos quedamos allí una semana; para entonces, todos, excepto yo, habían encontrado dónde quedarse. El hermano José entraba todas las mañanas para decir buenos días y preguntar cómo estábamos. Durante el viaje, había perdido toda mi ropa. Me quedé sin nada. Mis baúles fueron enviados por el canal al cuidado de Charles Wesley Wandel5. Un baúl grande lleno de ropa de toda clase, en su mayoría nueva. La mañana en que todos mis amigos se fueron a trabajar, me vi vestida con las únicas dos prendas de ropa que poseía; me senté y lloré. El hermano José entró en la habitación, como de costumbre, y dijo: “Buenos días. Vaya…, no está llorando, ¿verdad?” “Sí, señor”, le dije, “los demás se han ido y han conseguido casas donde estar, pero yo no tengo ninguna”. Él dijo: “Sí, sí la tiene. Tiene una casa justo aquí, si la desea. No debe llorar, aquí consolamos a todos los que lloran”. Le dije: “He perdido mi baúl y toda mi ropa”. Me preguntó cómo los había perdido; le dije que los puse al cuidado de Charles Wesley Wandel, a quien pagué por ello y él los perdió.

El hermano José dijo: “No llore, volverá a tener su baúl y su ropa”. El hermano José salió y trajo a la hermana Emma y dijo: “Hermana Emma, aquí hay una joven que dice que no tiene casa. ¿No tienes una casa para ella?” “¡Claro que sí!, si la quiere”. Él dijo: “La quiere”, y luego se marchó.

La hermana Emma dijo: “¿Qué sabes hacer?” Le dije: “¡Puedo lavar, planchar, cocinar y hacer tareas domésticas!”. Luego ella dijo: “Cuando esté descansada, puede lavar la ropa, si le parece bien”. Le dije: “No estoy cansada”. “Bueno”, dijo ella, “puede comenzar su trabajo por la mañana”6.

Relación con la familia Smith

Jane vivió en la Mansión de Nauvoo durante varios meses. Debido a que el Templo de Nauvoo aún no se había terminado, José Smith llevó a cabo algunas de las primeras investiduras en otros lugares, entre otros en un cuarto en el piso superior de la Mansión de Nauvoo. Jane recordó estar lavando la ropa del templo del profeta y tener un sentimiento de reverencia al manipularla. También recordó haber hablado del Evangelio con cuatro de las esposas plurales que tuvo José Smith: Emily Partridge, Eliza Partridge7, Maria Lawrence y Sarah Lawrence, con quienes tuvo relaciones constructivas, así como con Lucy Mack Smith y Emma Smith:

Tenía que pasar por la habitación de Mamá Smith para llegar a la mía. A menudo, ella me hacía detenerme y me hablaba. Me contó todos las pruebas del hermano José y lo que él había sufrido al publicar el Libro de Mormón. Una mañana me encontré con el hermano José saliendo de la habitación de su madre. Él dijo: “Buenos días”, y me estrechó la mano. Entré en la habitación de su madre; ella dijo: “Buenos días; tráigame ese paquete que hay sobre mi escritorio, y siéntese aquí”. Yo hice lo que me dijo. Me puso el paquete en las manos y dijo: “Palpe esto, luego póngalo en el cajón superior de mi escritorio y ciérrelo con llave”. Después de haberlo hecho, me dijo: “Siéntese. ¿Recuerda que le hablé del Urim y Tumim cuando le conté acerca del Libro de Mormón?”. Le respondí: “Sí, señora”. Entonces me dijo que lo acababa de tocar con mis manos. “No se le permite verlo, pero se le ha permitido tocarlo”, dijo ella. “Usted vivirá mucho tiempo después de que yo muera y me marche, y podrá decirle a los Santos de los Últimos Días que se le permitió tocar el Urim y Tumim”8.

Un día, la hermana Emma me preguntó si me gustaría que me adoptaran como hija suya y no le contesté. Ella dijo: “Esperaré un tiempo y le dejaré considerarlo”. Esperó dos semanas antes de volver a preguntarme. Cuando lo hizo, le dije: “¡No, señora!”, porque no entendía ni sabía lo que significaba. Siempre eran buenos y amables conmigo, pero yo no era consciente de muchas cosas. Yo no entendía.

El martirio y el éxodo hacia el oeste

El año 1844 fue difícil para los santos. Para Jane, comenzó con una partida: cuando Ebenezer Robinson asumió la administración de la parte de la Mansión de Nauvoo que era hotel, ella se fue a vivir con su madre. Sin embargo, aparentemente mantuvo lazos personales con José Smith y le pidió consejo ese verano sobre cómo superar los tiempos económicamente difíciles:

No había muchas posibilidades de trabajar a causa de las persecuciones, vi al hermano José y le pregunté si debía ir a Burlington y llevar conmigo a mi hermana Angeline; él dijo: “Sí, vayan y sean buenas jovencitas, y recuerden la fe en el Evangelio sempiterno que han profesado, y el Señor las bendecirá”. Fuimos y nos quedamos allí tres semanas y luego regresamos a Nauvoo. Durante ese tiempo, José y Hyrum fueron asesinados.

Nunca olvidaré esa época de agonía y pesar. Fui a vivir con la familia del hermano Brigham Young. Me quedé allí hasta que él estaba listo para emigrar a este valle. Mientras estaba en casa del hermano Brigham, me casé con Isaac James. Cuando el hermano Brigham salió de Nauvoo, fui a vivir a casa del hermano Calhoon9.

En la primavera de 1846, salí de Nauvoo para venir a este gran y glorioso valle. Viajamos hasta Winter Quarters. Allí permanecimos hasta la primavera. En Keg Creek nació mi hijo Silas. En la primavera de 1847, nos pusimos de nuevo en camino a este valle; llegamos aquí el 22 de septiembre de 1847, sin ningún percance grave. La bendición del Señor estuvo con nosotros y nos protegió todo el camino. Lo único que ocurrió que merezca la pena relatar fue cuando se produjo una estampida de nuestro ganado, una parte del cual, nunca más conseguimos recuperar.

La vida en el valle del Lago Salado

Aunque los acontecimientos de 1843 y 1844 supusieron la mayor parte de su reseña biográfica, más de dos tercios de su vida transcurrieron en Salt Lake City. Ella y su familia desempeñaron funciones importantes en la historia de ese lugar:

En mayo de 1848 nació mi hija Mary Ann10. Todos mis hijos, menos dos, nacieron aquí, en este valle. Se llaman Silas, Silvester11, Mary Ann, Miriam, Ellen Madora, Jesse Jeroboam, Isaac y Vilate. Todos ellos están con su Padre Celestial, excepto dos, Sylvester y Ellen Madora. Todos mis hijos llegaron a la edad de ser adultos y todos tuvieron familias excepto dos. Mi esposo, Isaac James, trabajó para el hermano Brigham y prosperamos mucho criando caballos, vacas, bueyes, ovejas y gallinas en abundancia. Hilé toda la tela para la ropa de mi familia durante uno o dos años, y nos hallábamos en una condición próspera, hasta que llegaron los saltamontes y los grillos, llevando la destrucción dondequiera que iban, arrasando nuestros cultivos, despojando a los árboles de todas sus hojas y fruto, trayendo pobreza y desolación a todo este hermoso valle. No era entonces como es en la actualidad. No había trenes en funcionamiento que trajeran frutas y verduras de California ni de ningún otro lugar. Todo lo que importamos y exportamos lo hicimos usando el lento proceso de las yuntas de bueyes.

Oh, ¡cuánto frío y cuánta hambre padecí, y lo más difícil de todo fue oír a mis pequeñitos llorar pidiendo alimento y ver que no tenía qué darles! Pero en general, el Señor estuvo con nosotros y nos dio gracia y fe para soportarlo todo12. He visto al hermano Brigham, a los hermanos Taylor, Woodruff y Snow gobernar esta gran obra y obtener su recompensa en la otra vida; y ahora [tenemos] al hermano Joseph F. Smith. Espero que el Señor lo proteja —si es Su santa voluntad— por muchos, muchos años para guiar el barco del Evangelio a un puerto seguro, y sé que lo hará, si el pueblo tan solo escucha y obedece las enseñanzas de estos hombres buenos, grandes y santos. He vivido aquí, en Salt Lake City, durante cincuenta y dos años y he tenido el privilegio de ir al templo y bautizarme por algunos de mis familiares fallecidos13.

Circunstancias actuales

No sabemos exactamente cuándo le dictó Jane el resumen de su vida a Elizabeth Roundy, pero su declaración de que había vivido en Salt Lake City durante cincuenta y dos años sugiere una fecha de 1900 o posterior. Aunque había experimentado muchos tipos diferentes de pruebas en su vida hasta ese momento, su fe permaneció fuerte:

Ahora tengo más de ochenta años y estoy casi ciega, lo cual es una gran prueba para mí. Es la prueba más grande que jamás se me ha llamado a sobrellevar, pero espero que mi vista me sea preservada, aunque siga limitada, para que pueda ir a las reuniones y al templo para hacer más obra por mis antepasados fallecidos.

Soy viuda. Mi esposo, Isaac James, murió en noviembre de 1891. He visto a mi esposo y a todos mis hijos, salvo a dos, descansar en el sepulcro silencioso. Pero el Señor me protege y me cuida bien en mi condición desvalida, y quiero decir aquí mismo que mi fe en el evangelio de Jesucristo —tal como lo enseña La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días— es tan firme hoy, o mejor dicho es aún más firme, si acaso es posible, que lo era el día de mi bautismo. Pago mis diezmos y ofrendas; [y] guardo la Palabra de Sabiduría. Me acuesto temprano y me levanto temprano. Trato, en mi debilidad, de dar un buen ejemplo a todos.

He tenido dieciocho nietos, ocho de los cuales viven; también siete bisnietos. Vivo en mi pequeña casa con mi hermano Isaac, quien me trata bien. Somos los dos últimos de la familia de mi madre; quiero que se quede con la casa cuando yo ya no esté.

Este es solo un bosquejo conciso, pero verdadero, de mi vida y experiencia. Sinceramente,

Jane Elizabeth James