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en toda tierra

“Lo mínimo que podía hacer”

Lo que una familia de Tasmania sacrificó para ir al templo

Elizabeth Maki

Flores de manzano

Al igual que muchos de los tasmanos modernos, Leona Bender creció sabiendo que había “uno o dos presidiarios irlandeses” en las ramas de su árbol familiar. Pero el resto de lo que sabía sobre ese árbol era lo que diferenciaba a Leona del habitante medio de Glen Huon, un pequeño pueblo del estado isleño en el que creció, al sur de la Australia continental1.

“Recuerdo vivamente las visitas a mis tías abuelas y tíos abuelos, primos y abuelos, con mesas repletas de maravillosas tartas caseras de todo tipo, y mi madre con su gran habilidad para conseguir, sutilmente, la fecha de algún matrimonio o alguna defunción, o cualquier otro dato genealógico que necesitara”, rememoró Leona.

Gracias a la perseverancia y la habilidad de su madre, Leona comenzó a apreciar la historia familiar. “Recuerdo muy bien a mi madre, sentada durante horas en la mesa de la cocina, redactando hoja tras hoja de grupo familiar”, recordó Leona. Durante las vacaciones escolares, la familia Bender se subía en el auto y recorría los cementerios de toda Tasmania, transcribiendo las inscripciones de las lápidas y lamentándose en silencio cuando las tumbas de sus antepasados carecían de dichas inscripciones.

El padre de Leona se unió a la Iglesia en 1930 y su madre se bautizó en 1949, después del nacimiento de Leona, pero con tiempo de sobra para transmitir a su hija su devoción por la historia familiar.

“Los relatos de cómo se marcharon de su país de origen, viajaron a Tasmania [y] empezaron una nueva vida son numerosos y variados”, dijo Leona sobre sus antepasados, “pero todos ellos lo hicieron con sacrificio, adversidades, muertes tempranas y dificultades cotidianas. Siempre sentí que lo mínimo que podía hacer era asegurarme de que pudieran acceder a las bendiciones eternas para, de algún modo, devolverles lo que habían hecho por mí”.

“Los relatos de cómo se marcharon de su país de origen, viajaron a Tasmania [y] empezaron una nueva vida son numerosos y variados, pero todos ellos lo hicieron con sacrificio, adversidades, muertes tempranas y dificultades cotidianas. Siempre sentí que lo mínimo que podía hacer era asegurarme de que pudieran acceder a las bendiciones eternas para, de algún modo, devolverles lo que habían hecho por mí”.

Cuando Leona era adolescente, la oportunidad de hacerlo por fin se hizo realidad. La familia de Leona vivía a medio mundo de distancia del templo más cercano, pero en 1955 se dio la palada inicial de un templo a sólo 2.400 kilómetros, en Hamilton, Nueva Zelanda.

Para la familia Bender era una oportunidad demasiado hermosa para ser verdad y demasiado valiosa como para perdérsela. Olvidándose de los aspectos prácticos, la familia decidió que debía ir a Nueva Zelanda para asistir a la dedicación.

La decisión fue acogida con sorna y alarma por sus amigos y familiares, y quizás con razón. No sólo el transporte a Nueva Zelanda superaba los recursos económicos de la familia, sino que todos los ingresos de los Bender provenían de su huerto de manzanas, y la dedicación se había programado para abril, la época de cosecha de las manzanas en Tasmania.

Pero los padres de Leona estaban decididos a asistir a la dedicación con sus cuatro hijos y a sellarse poco después. Así que ajustaron su presupuesto y empezaron a buscar formas de conseguir dinero extra para comprar los boletos de avión. Los niños vendieron sus libros de historietas y la madre de Leona vendió sus revistas para aprender a tejer. La familia recolectó y vendió bayas durante el verano, y el padre de Leona plantó una gran parcela de arvejas (chícharos, guisantes) que la familia podía cultivar y vender en un mercado local.

“¡Cómo odiaba aquella tarea que me causaba dolor de espalda, que me obligaba a arrodillarme en el suelo y me dejaba manchas verdes en las manos!”, declaró Leona. Algunas veces se sintió desanimada cuando sus escasos ingresos parecían tan pequeños en comparación con la cantidad que la familia tenía que ahorrar.

Templo de Hamilton, Nueva Zelanda
Templo de Hamilton, Nueva Zelanda

Pero la familia Bender, de alguna manera, consiguió reunir suficiente dinero para seis boletos de avión a la nación vecina. Sabían que era más caro que ir en barco, pero el avión les permitiría regresar más rápidamente para cosechar las manzanas. Llegaron a Nueva Zelanda, con las manos manchadas de verde, a tiempo para la dedicación.

A los Bender y a otros santos que habían viajado para asistir a la dedicación les asignaron literas en el pabellón de una pista de carreras, pero Leona recordaba que a nadie le preocupaba el alojamiento. La llegada al templo fue una experiencia muy emotiva para Leona. “Tener al alcance las bendiciones prometidas por primera vez fue… ciertamente un momento para recordarlo con cariño”, rememoró Leona.

Los padres de Leona asistieron a la primera sesión de la dedicación del templo y los niños asistieron a la segunda. Durante la dedicación, Leona se sintió embargada por un sentimiento de obligación espiritual que provenía de los sacrificios que su familia había hecho para estar allí. “Me prometí a mí misma que el esfuerzo de mis padres no sería en vano”, declaró.

Unos días después, la familia Bender se selló y luego —sintiendo la llamada de las manzanas—, regresó de inmediato a Tasmania para recoger la cosecha.

El viaje al templo cambió la vida de los Bender de formas pequeñas y sutiles. Leona recordó: “Mi madre comentaba a menudo que, de alguna manera, la vida era distinta; el servicio en la Iglesia tenía mucho más significado y la vida familiar adquirió una nueva dimensión”.

El viaje cobró todavía más significado tres años después, cuando el padre de Leona murió de repente a los 43 años. Leona, años después, declaró que si la familia no lo hubiera arriesgado todo para asistir a la dedicación, probablemente no lo habrían conseguido mientras su padre estaba vivo.

“El saber que podemos volver a estar juntos ha sido una gran fuerza de motivación en mi vida”, declaró. “Cuando surgió la tentación, cuando sentí desánimo, me aferré al hecho de que para estar con mi padre por la eternidad hay ciertas cosas que no son negociables”. Y luego añadió: “Nunca me volví a lamentar por las manos manchadas de verde por las arvejas”.

Notas al pie de página

[1] Todas las citas de este artículo corresponden a Leona Bender Scott, “Toward a Temple-Centered Life”, págs. 1–6, en Thoughts on the Melbourne Australia Temple, compilación de David Hellings; la ortografía y la puntuación se han estandarizado.