“Un gran poder misional”

Elizabeth Maki
27 August 2018

Décadas antes de que se llamara a las mujeres a predicar el Evangelio como misioneras de tiempo completo, hubo mujeres por toda la Misión Británica que distribuyeron publicaciones y compartieron su testimonio en su tiempo personal.

Folletos repartidos por las primeras misioneras no oficiales.

Ann Sophia Jones Rosser fue legendaria por su tenacidad al compartir el Evangelio. Se dijo que en un solo día, Rosser, una de las primeras conversas de Gales, repartió cincuenta folletos y vendió siete ejemplares del Libro de Mormón, una labor de la que se dijo que condujo a la conversión de doce personas. Posteriormente se escribió de ella que “participó activamente en el Evangelio y siempre hacía todo lo posible por anunciar las ‘buenas nuevas’”1.

Sin embargo, Rosser, que se había unido a la Iglesia a principios de la década de 1850, nunca fue apartada como misionera. Llevó a cabo su labor de proclamación del Evangelio décadas antes de que las mujeres SUD fueran llamadas a servir en misiones de proselitismo. Al igual que otras mujeres antes y después de ella, Rosser no necesitó el llamamiento para llevar a cabo la obra.

Es posible que la predicación de Rosser tuviera lugar como parte de un plan similar al elaborado en 1851 por Eli B. Kelsey, presidente de la Conferencia de Londres. Kelsey escribió al Millennial Star en enero sobre un ambicioso plan de hacer circular 25.000 folletos (comprados por los miembros) en su área. Para ello, llamó a “todos los santos fieles y sanos, cuyas circunstancias les permitan ayudar a difundir la palabra de Dios”.

“Qué oportunidad tan gloriosa”, escribió: “para que los muchachos y las muchachas den prueba de su dignidad… La mente de todos ellos está completamente preparada para participar en esta buena obra con energía y fervor”.

En el plan de Kelsey, los hombres y las mujeres que repartían los folletos se verían “enfrentados y llamados a dar razones de la esperanza que sienten en su interior”. Esa exigencia, afirmó, llevaría a los santos a “estudiar, meditar y orar, para que puedan obtener conocimiento” suficiente para testificar en su labor2.

Cuatro meses después, Kelsey informó al Star de que la labor de los miembros había dado como resultado entre trescientos y cuatrocientos bautismos. “Y según los informes mensuales”, escribió, “las perspectivas de un aumento todavía mayor son ciertamente muy buenas para los próximos tres meses. El número de folletos que están circulando en estos momentos por esta Conferencia es de veinte mil; este número aumentará a más de treinta mil para el uno de junio”3.

“[Las mujeres son] predicadoras, de algún modo, y llevaron sus sermones a las casas de los ricos y de los pobres, para que los lean a la luz del fuego quienes, de no ser por esta labor, nunca habrían acudido a escuchar predicar a un élder ”.

Edward Tullidge
Women of Mormondom

Edward Tullidge comunicó en 1877 que las “sociedades de reparto de folletos”, como la que había formado Kelsey, eran algo habitual en los pueblos y las ciudades de toda la Misión Británica, y afirmó que, allí, las mujeres “tenían muchas más oportunidades misionales que en América”4.

En Inglaterra, Escocia y Gales, las hermanas que repartían folletos eran “predicadoras, de algún modo, y llevaron sus sermones a las casas de los ricos y de los pobres, para que los lean a la luz del fuego quienes, de no ser por esta labor, nunca habrían acudido a escuchar predicar a un élder”.

Miles de mujeres participaron en estas sociedades de reparto de folletos, muy organizadas, en las que eran habituales las reuniones semanales, los distritos trazados detalladamente y los informes periódicos. Aunque hay pocos ejemplos concretos aparte del de Rosser que hayan perdurado después de tantos años, Tullidge indicó que, en un momento determinado, las mujeres de la Iglesia habían hecho circular medio millón de los folletos de Orson Pratt5.

“En resumen”, registró, “las hermanas, en la obra en el extranjero, constituyeron un gran poder misional”6.

En 1883, las sociedades de reparto de folletos experimentaron un gran ímpetu cuando la Iglesia empezó a comprar los folletos destinados a ser repartidos “como forma de advertir a la gente, dar a conocer nuestras doctrinas, conocer a más personas y preparar el camino para la predicación al aire libre” en la Misión Británica. Además de recibir folletos, se indicó a las congregaciones locales que debían “organizar sociedades de reparto de folletos en aquellos lugares en los que todavía no existieran, entre los miembros de su jurisdicción. Estas sociedades pueden incluir tanto a hermanas como a hermanos, pero deben ser personas de buena reputación, cuyo carácter no acarree reproches para la causa”. Como había sucedido anteriormente, se indicó a los hombres y las mujeres que repartían folletos que “fomentaran una investigación profunda de los principios tratados en el folleto, y que se brindaran a responder las preguntas que pudieran plantearse para obtener información relativa a los mismos. También se podría indicar la hora y el lugar para celebrar reuniones, así como una invitación para asistir”7.

Las mujeres Santos de los Últimos Días no recibieron el mandato de trabajar como misioneras apartadas hasta el cambio de siglo. Anteriormente, algunas mujeres de la Iglesia eran reacias a usurpar lo que consideraban un deber del sacerdocio. Pero hubo miles de mujeres que participaron de buena gana en las sociedades de reparto de folletos, formando parte de lo que en la actualidad llamaríamos “la obra misional de los miembros”.

“Cada uno de nosotros tiene una misión que llevar a cabo”, escribió Elicia Grist en 1861, dirigiéndose a las mujeres Santos de los Últimos Días de Gran Bretaña. “Se nos han brindado muchas oportunidades de testificar y ejercer los dones del Espíritu. ¿Cuántas veces hemos visto claramente que el poder de Dios se manifestaba en nuestras reuniones? En muchos casos, cuando hemos participado en esas santas inspiraciones, es posible que nuestro testimonio haya provocado que las personas presentes reflexionen más profunda y atentamente sobre lo que se había declarado. También se puede hacer lo mismo en otras ocasiones, cuando estemos en compañía de nuestro vecino o de un amable visitante, que quizás hayan acudido a nosotros para pedir prestado algún libro. Es posible que ésa sea la oportunidad de conversar sobre los principios de la Iglesia y también de difundir la labor de la Iglesia. Y quién sabe, quizás así seamos el medio de convencer a algún amante sincero de la verdad y mostrarle el camino de la salvación”8.