Lillian Ashby y los Dharmaraju
Cuando Lillian Ashby recibió a los 37 años un llamamiento misional para servir con su esposo en Samoa, sabía que sólo le quedaban unos meses de vida. A pesar de su lucha contra el cáncer, su misión tuvo un efecto duradero en una persona, una familia y una nación.
Todos los años, miles de admiradores ascienden por las frondosas laderas del Monte Vaea, con vistas a la bahía de aguas turquesas de Vaiusu, en la isla samoana de Upolu. Acuden a visitar el lugar de sepultura de Robert Louis Stevenson, famoso escritor británico, autor de la aclamada novela La isla del tesoro, que murió aquí cuando sólo tenía 44 años.
Tal vez, algún día, miles de personas buscarán otra tumba, no muy lejos de la de Stevenson, para honrar a una mujer cuya silenciosa contribución a la difusión del Evangelio restaurado ha pasado casi desapercibida. Aunque nació en Copenhague, Dinamarca, ella también murió joven en Upolu, cuando tenía 37 años. Se llamaba Lillian Toft Ashby1
Cuando Lillian y su esposo, Richard, recibieron un llamamiento misional médico en 1975 para trabajar en un hospital de Samoa, su familia ya había afrontado varios tratamientos contra el cáncer de “Lilli”. Los amigos de la familia que conocían la enfermedad de Lillian se quedaron sorprendidos al escuchar que, con su cáncer en reciente remisión —y acompañados de sus cinco hijos pequeños (de 4 a 12 años) —, los Ashby se marchaban al Pacífico. Un amigo cercano recordó: “¡Nunca he oído hablar de un llamamiento semejante, ni antes ni después!”2
“¡Nunca he oído hablar de un llamamiento semejante, ni antes ni después!”
Justo antes de marcharse, Lilli y Richard visitaron el Templo de Los Ángeles, California y, por casualidad, se encontraron con el presidente Spencer W. Kimball. A petición de Richard, el presidente Kimball dio una bendición a Lillian. Tal vez el Dr. Ashby esperaba la promesa de que la curación de su esposa fuera completa y que su cáncer no volviera a aparecer nunca más. En lugar de ello, el Profeta simplemente prometió a Lilli que conseguiría “completar su llamamiento misional y llevar a cabo una misión de mucho éxito”. Eso fue todo3
Con fe en su llamamiento y en la bendición del presidente Kimball, los Ashby se marcharon y llegaron a Samoa en enero de 1976.
Casi de inmediato, los misioneros de proselitismo presentaron a Lillian y a Richard otra familia expatriada: el Dr. Edwin Dharmaraju, un conocido entomólogo, educado y sofisticado, su esposa, Elsie, y sus hijas, Lata, Asha y Sheila. Edwin y Richard se entendieron muy bien desde el principio, debido a su formación científica similar. Y Sheila recuerda que Lillian se ganó a la familia con su calidez y su “buen sentido del humor”4 Las dos familias entablaron una buena amistad.
Pero, aunque los Dharmaraju disfrutaban con la tradición de la noche de hogar de los Ashby, aceptaron una invitación a un programa de puertas abiertas de la Iglesia e, incluso, dos de sus hijas trabajaban para el colegio universitario de la Iglesia en Samoa Occidental, no estaban interesados en investigar formalmente la Iglesia. Edwin se había criado en una familia con profundas raíces anglicanas y la familia de Elsie eran fieles bautistas.
Aún así, Lillian se sintió inspirada a invitar a los Dharmaraju a estudiar las enseñanzas de la Iglesia con espíritu de oración. Richard no estaba tan convencido. Edwin y Elsie valoraban inmensamente a su familia y Richard imaginaba que desearían mantener la religión familiar. Pero Lillian estaba decidida, segura de que el Espíritu la estaba inspirando. A pesar de la renuencia de Richard, los Ashby decidieron sacar el tema durante su siguiente visita.
La invitación fue acogida tal y como Richard había temido. El “Dr. Edwin” preguntó a Richard cómo se sentiría su familia si él se marchara de la Iglesia.
“Probablemente se sentirían sorprendidos y, por supuesto, decepcionados”, admitió Richard.
“Provengo de una antigua estirpe de miembros de la Iglesia anglicana. Nos remontamos a más de cien años en esa iglesia”, explicó Edwin. “Si abandonáramos nuestra iglesia y nos uniéramos a otra, causaríamos la mayor decepción imaginable. Al igual que ustedes no pueden llegar a imaginarse un cambio, tampoco es posible que nosotros nos lo planteemos”.
El Dr. Ashby escribiría más adelante sobre la clara respuesta de Edwin: “Creí que mi respuesta inicial [ante la insistencia de Lillian] había quedado validada, ya que era obvio que nunca se plantearían cambiar de religión”5
Pero Lillian seguía sin estar convencida y presionó a Richard para que volviera a intentarlo.
Lamentablemente, su cáncer se volvió maligno de nuevo y su salud empeoraba rápidamente. “Recordamos a [Edwin y Elsie] en nuestras oraciones”, recuerda el Dr. Ashby, e intentamos visitarlos de vez en cuando pero, con el tiempo y a medida que Lillian se iba debilitando, nos resultó prácticamente imposible. Los Dharmaraju vieron el amor y el humor de Lilli, incluso durante su doloroso deterioro físico6/p>
Lillian, que sentía que se acercaba el fin de su vida terrenal, escribió su testimonio para sus amigos. Luego entregó a su esposo su combinación triple (el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio), encuadernada con piel blanca, y le pidió que, si ella moría, se la entregara, junto con su testimonio, a Edwin y Elsie. “Anímalos a estudiar el libro y a leer mi testimonio”, le dijo7
Richard le prometió que lo haría.
En agosto de 1976, tras servir casi nueve meses en Samoa, Lillian Toft Ashby falleció en un hospital de Apia. Fue enterrada en un cementerio a las afueras de la ciudad, en una pequeña zona reservada para los misioneros Santos de los Últimos Días. El terreno tenía una media docena de lápidas; la más antigua de ellas se remontaba al siglo XIX. Edwin, Elsie y sus tres hijas asistieron al funeral de Lilli. Y Richard Ashby cumplió la promesa que había hecho a su difunta esposa y le entregó el ejemplar de las Escrituras de Lillian, encuadernado en piel blanca, al hombre que había declarado rotundamente que nunca abandonaría la iglesia de su familia.
Richard Ashby pronto comenzó a tener problemas de salud, en parte debido a un accidente de auto, que le obligó a pasar semanas en el hospital. Tras varios sustos, pero no antes de que finalizara su misión, él y sus cinco hijos regresaron a los Estados Unidos.
Hubo personas del Departamento de Servicios Humanitarios de la Iglesia que describieron la experiencia misional de los Ashby, debido al dolor, los accidentes y la muerte que habían sufrido, como un auténtico desastre. Otras personas expresaron su confusión. Por ejemplo, el élder James O. Mason, del Segundo Quórum de los Setenta, se sintió sorprendido al ver cómo habían salido las cosas —o, como consideraron otras personas, por cómo no habían ocurrido—, ya que él había estado tan “convencido de que el llamamiento de los Ashby había sido inspirado”8
Lo que sucedió con el Dr. Edwin, Elsie y sus hijas es bien sabido, al menos para los miembros de la Iglesia en el sur de la India. Edwin Dharmaraju, conmovido quizás por el recuerdo del valor de Lillian a medida que se acercaba su muerte, abrió la combinación triple de piel blanca que Lillian le había dejado. Leyó su testimonio y empezó a estudiar el Libro de Mormón. Elsie hizo lo mismo. Poco después, los misioneros de tiempo completo enseñaron a toda la familia. Lata, Asha y Sheila se bautizaron el 4 de marzo de 1977; Edwin y Elsie se bautizaron poco tiempo después, junto con su hijo Srini, cuando éste les visitó, procedente de la India, para recibir la ordenanza.
Posteriormente, ese mismo año, la boda de Lata en la India brindó la oportunidad a los Dharmaraju de compartir con sus parientes su entusiasmo por el Evangelio restaurado. Después del viaje, Edwin y Elsie escribieron a las Oficinas Generales de la Iglesia para solicitar el envío de misioneros para enseñar a sus familiares en la India, y pronto se vieron sorprendidos al ser llamados ellos mismos como misioneros, en una asignación especial de tres meses que llevarían a cabo durante una permiso laboral que tenían previsto. Cuando se sentaron en el avión en diciembre de 1978, Edwin recordó: “De repente nos dimos cuenta de la magnitud de nuestras responsabilidades como misioneros y nos invadió el temor. Cualquier equivocación que cometiéramos al hablar o actuar perjudicaría a la Iglesia y a su futuro”. Para tranquilizarse, Elsie Dharmaraju abrió su combinación triple, con la que ya estaba familiarizada, y leyó: “Alza tu corazón y regocíjate, porque la hora de tu misión ha llegado… Sí, abriré el corazón de los del pueblo, y te recibirán; y estableceré la iglesia por tu mano”9
“Abriré el corazón de los del pueblo.”
En la actualidad, es posible que un Santo de los Últimos Días que visite la India sienta curiosidad por la razón por la cual la primera estaca de la Iglesia se estableció en Hyderabad y no en la capital, Nueva Delhi, o en los estados del sur, dande hay más cristianos. La respuesta radica, en parte, a la fe de 22 conversos bautizados en diciembre de 1978 en Hyderabad, que constituyeron el núcleo de la primera presencia permanente de la Iglesia en ese subcontinente tras 125 años de intentos intermitentes10 En 2014, el número de miembros en el país asciende a casi 12.000 personas.
Pero todo comenzó en la isla de Upolu, en Samoa. “Queremos mucho a los Ashby”, recordaban las hijas de los Dharmaraju, décadas después de su bautismo. “Ellos fueron la primera familia mormona que conocimos”. La copia de las Escrituras de Lillian, encuadernada en piel blanca, sigue siendo considerada un tesoro familiar11
Lillian fue llamada a servir en Samoa, que tenía una población de un poco más de 150.000 personas. El tiempo que su familia pasó allí fue difícil en muchos aspectos y es probable que ella se preguntara en ocasiones si había ejercido alguna influencia. ¿Por qué, entonces, puso el Señor a esa mujer danesa, enferma de cáncer, madre de cinco hijos, en una lejana isla del Pacífico? Tal vez su verdadera tarea consistió en plantar, por fin, el Evangelio en la India, con una población de más de 1.000 millones de personas.
Algún día, sin duda, los indios y otras personas considerarán Upolu como una verdadera “isla del tesoro”.