Genevieve Johnson Van Wagenen

Un testigo del Salvador

“Nunca olvidaré una reunión sacramental en el Barrio 1 de Provo. Tenía unos doce años de edad entonces. El apóstol Melvin J. Ballard era el discursante y compartió su testimonio. Verdaderamente fue una experiencia espiritual. Su testimonio le encantó al público. Él habló de haber visto al Salvador. Lloró cuando contó cómo el Salvador lo tomó en Sus brazos, lo besó, lo abrazó y lo bendijo. Cuando el apóstol Ballard besó los pies del Salvador vio las marcas de los clavos.

Me senté embelesada y cautivada, porque yo realmente sentí el Espíritu del Señor en la reunión. El apóstol Ballard era un maravilloso solista. Después de hablar, cantó ‘Yo sé que vive mi Señor’. Las lágrimas caían por sus mejillas mientras cantaba y por las mías también. Me sentí muy cerca de mi Salvador. Yo sabía que su testimonio era verdadero. Deseaba vivir para también poder estar en la presencia de mi Salvador”.

—Genevieve Johnson Van Wagenen

El élder Melvin J. Ballard escribió la experiencia de la siguiente manera:

“Recuerdo una experiencia que tuve hace dos años y que testificó a mi alma la realidad de Su muerte, de Su crucifixión y de Su resurrección; fue algo que nunca olvidaré. Se las cuento esta noche, a ustedes jóvenes y jovencitas, no con el espíritu de vanagloriarme, sino con un corazón y un alma agradecidos porque sé que Jesús vive, que gracias a Él los hombres pueden lograr la salvación y que no podemos pasar por alto esta bendita dádiva que nos ha otorgado como el medio para aumentar nuestro grado de espiritualidad, y como preparación para llegar a Él y ser justificados.

Yo estaba trabajando en la obra misional en la reserva india Fort Peck […] y una noche, en mis sueños, tuve una visión en la que me encontraba en aquel sagrado edificio, el templo. Después de un tiempo de oración y regocijo, se me informó que tendría el privilegio de entrar en uno de los cuartos para encontrarme con un glorioso personaje. Al pasar por la puerta, vi, sentado sobre una plataforma elevada, al ser más glorioso que mis ojos hayan visto jamás, o que yo hubiese podido concebir que existiera en todos los mundos eternos. Al acercarme para ser presentado, se puso de pie, caminó hacia mí con los brazos extendidos y, con una sonrisa, pronunció suavemente mi nombre. Así viviera un millón de años, jamás olvidaría Su sonrisa. Me tomó entre Sus brazos y me besó, me oprimió contra Su pecho ¡y me bendijo hasta que parecía que se me derretía la médula de los huesos! Cuando hubo terminado, caí a Sus pies, y mientras los bañaba con mis lágrimas y besos, vi las marcas de los clavos en los pies del Redentor del mundo. El sentimiento que experimenté en la presencia de Aquel que tiene todas las cosas en Sus manos, de tener Su amor, Su afecto y Su bendición fue tal, que si yo pudiera recibir aquello de lo cual apenas saboreé un poco, ¡daría todo lo que soy y todo lo que espero llegar a ser por volver a sentir lo que sentí aquella vez!”.

(Melvin J. Ballard, “The Sacramental Covenant”, Improvement Era, octubre de 1919, págs. 1031–1032).