Zina D. Huntington Young

Un testimonio en el corazón de una niña

Zina Young pudo haber heredado parte de su valor para seguir el consejo del profeta de su valiente madre, Zina D. Huntington Young.

“Un día, de regreso de la escuela, vi el Libro de Mormón, ese libro extraño, nuevo, puesto en el umbral de la ventana de nuestra sala de estar. Fui a la ventana, lo recogí y la dulce influencia del Espíritu Santo lo acompañaba a tal grado que lo abracé contra mi pecho en un momento de entusiasmo y susurré mientras lo hacía: ‘Esto es la verdad, la verdad, ¡la verdad!’”.

(“How I Gained My Testimony of the Truth”, The Young Woman’s Journal, abril de 1893, pág. 318).

Como mujer joven, Zina tuvo muchas notables experiencias espirituales, entre ellas, como lo prometía su bendición patriarcal, presenciar la ministración de ángeles:

“Una vez vi a ángeles vestidos de blanco que caminaban encima del templo de [Kirtland]. Fue durante una de nuestras reuniones mensuales de ayuno, cuando los santos estaban en el templo para adorar. Una niña pequeña vino a mi puerta y maravillada me llamó, exclamando: ‘¡La reunión está encima del centro de reuniones!’. Me fui a la puerta y allí vi los ángeles en el templo, vestidos de blanco, cubriendo el techo de principio a fin […].

“Cuando los hermanos y hermanas llegaron a casa por la tarde, hablaron del poder de Dios que se manifestó en el templo ese día y de la profecía […]. También se dijo […] ‘que los ángeles descansaban encima de la casa’”.

(Edward W. Tullidge, The Women of Mormondom, 1877, pág. 207).

En otra ocasión, en el Templo de Kirtland, Zina y su hermana Presendia escucharon a ángeles cantar:

“Mientras la congregación […] oraba, ambas oímos, desde un rincón del cuarto sobre nuestras cabezas, un coro de ángeles que cantaban hermosamente. Eran invisibles, pero grupos de voces angelicales parecían estar unidas en el canto de alguna canción de Sion, y su dulce armonía llenó el templo de Dios”.

(Tullidge, The Women of Mormondom, pág. 208).

Cuando el profeta José Smith reveló que los santos debían dejar Kirtland e ir a Misuri, la familia de Zina dejó atrás todas sus posesiones. Este cambio, dijo Zina, “nos dejó desnudos como una oveja esquilada”. En 1839, la familia se mudó a Commerce, Illinois, donde la familia entera se enfermó de cólera:

“En pocos días, todas nuestras perspectivas quedaron en nada, con nuestra madre muerta, todos nosotros enfermos y nuestras cosechas echándose a perder, asfixiadas por las malas hierbas […]. Nadie asistió al funeral [de nuestra madre], excepto John y William. Yo estaba tan enferma que casi no me daba cuenta de nada […]. Estábamos en condiciones pésimas y no había nadie que se lamentara por nosotros, excepto Dios y Su profeta […].

Durante un tiempo, Zina estuvo inconsolable por la muerte de su madre. Después, otra experiencia espiritual confirmó su fe. Cuando caminaba por la sala, con el corazón casi roto en su soledad, oyó la voz de su madre:

“Zina, cualquier marinero puede navegar en un mar liso; cuando las rocas aparezcan, navega alrededor de ellas”.

Zina exclamó:

“Oh, Padre Celestial, ayúdame a ser un buen marinero, que mi corazón no se quebrante en las rocas de la aflicción”.

Una dulce paz embargó el alma de Zina, y nunca más dio lugar a tal pesar desgarrador.

(“Mother”, The Young Woman’s Journal, enero de 1911, pág. 45).