“Lo aceptaré con fe”

Elizabeth Maki

George Rickford y la restricción del sacerdocio

George Rickford, en 2012

Es difícil culpar a George Rickford por su respuesta a los élderes, cuando estos le dijeron en 1969 que debido a que había rastros de sangre africana en su herencia de razas mixtas, no sería ordenado al sacerdocio al unirse a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

“Tuve una reacción muy hostil”, recordaría Rickford 30 años más tarde. “Me puse muy agresivo y, luego de una acalorada discusión, los eché […]. Los reprendí con dureza por su discriminación y racismo y todo ese tipo de palabras”1.

Pero Rickford no solo se sentía enojado; estaba devastado. Después de haber investigado la Iglesia en profundidad durante tres meses, esa mañana se había despertado con la convicción de que era verdadera. Cuando los élderes lo visitaron ese día, él les dijo que estaba “radiante por dentro”, pero las cosas se derrumbaron antes de que él tuviera la oportunidad de compartir su nuevo testimonio con los misioneros.

“Lloré como un niño cuando se marcharon”, dijo Rickford. “Que dos amigos, ciertamente jóvenes, vinieran a decirme que no podría poseer lo que llamaban ‘sacerdocio’, hirió mi orgullo; fue un insulto, fue decepcionante”2.

Llamado al servicio cristiano

Nacido en 1941 en la Guayana británica (ahora Guyana), donde se crio, George creció en una familia prominente en la iglesia anglicana, pero dejó de estar activo en los últimos años de su adolescencia. Redescubrió su fe cuando se mudó a Inglaterra, en 1963, y su devoción lo llevó hasta el punto de dedicarse profesionalmente al ministerio. Él era candidato para ser ordenado en la iglesia anglicana cuando conoció a los misioneros en el verano de 1969.

Por un tiempo, Rickford se resistió a aceptar lo que escuchaba y sentía, pero para septiembre, su testimonio del Evangelio restaurado se estaba arraigando, hasta que se enteró de la restricción del sacerdocio3. Rickford oró fervientemente para saber qué hacer y luego se sintió obligado a concertar una cita con un amigo cercano que era sacerdote en la iglesia anglicana. Tres días más tarde viajó desde su casa en Leicester a Londres para reunirse con él. Cuando el sacerdote supo que Rickford se había reunido con los mormones, lo reprendió y criticó severamente a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Luego le pidió a Rickford que empezara desde el principio y le contara lo que le habían enseñado.

“Comencé a relatar la historia José Smith… Al contar ese relato, sentí una emoción abrumadora. Algo tomó control y yo solo irradiaba”.
George Rickford

“Así que comencé a relatar la historia de José Smith”, recordó Rickford, “y lo vi que me miraba como inquisitivamente, y su expresión se tornó muy seria. Al contar ese relato, sentí una emoción abrumadora. Algo tomó control y yo solo irradiaba”.

Dándose cuenta de que no podía rebatir el testimonio que Rickford estaba compartiendo, el sacerdote le aconsejó que buscara una buena Biblia, con notas de estudio, para mantenerse en el camino. Luego, con un llamado a mantenerse en contacto, despidió a Rickford. “Acababa de salir de su oficina y no recuerdo que mis pies tocaran el suelo”, dijo Rickford4.

Cuando Rickford regresó a Leicester, eran la 1:30 de la madrugada. Había salido de casa esperando una reprimenda por “desperdiciar el tiempo con otras religiones”, pero regresaba con un testimonio renovado y con sentimientos de esperanza y gozo en el futuro. Entre la estación de tren y su casa, se sintió compelido a detenerse en un parque para agradecer a Dios por el “maravilloso día” que había pasado5.

Pese a las potentes experiencias que había tenido Rickford ese día, ellas no habían borrado sus inquietudes respecto a la Iglesia. Él recuerda que oró: “Oh, Padre, ¿qué me puedes decir acerca de esto? Porque no lo entiendo. Entonces tuve una experiencia maravillosa como respuesta. La palabra ‘fe’ apareció letra por letra ante mis ojos cerrados y escuché que la respuesta salía de mí. Unos hermosos sentimientos descendieron por mi cuerpo de la cabeza a los pies”.

Le vinieron a la mente palabras consoladoras: “George”, sintió, “no tienes que entender todo lo referente a Mi evangelio antes de comprometerte con el mismo. ¿Por qué no muestras tu fe, aceptando lo que has escuchado, y dejas el resto en Mis manos? No te preocupes; nunca te guiaré por mal camino”6.

Rickford no era ajeno a los asuntos espirituales y dijo que reconoció el Espíritu del Señor en los sentimientos que le sobrevinieron aquella noche. “Sentí un resplandor interior y me oí decir, aún con los ojos cerrados, ‘Sí, Señor, lo haré; lo aceptaré con fe. Y, por cierto, gracias, muchas gracias”7.

“Sentí un resplandor interior y me oí decir, aún con los ojos cerrados, ‘Sí, Señor, lo haré; lo aceptaré con fe. Y, por cierto, gracias, muchas gracias’”.
George Rickford

La fe de Rickford era real, igual que lo eran los inquietantes sentimientos que persistían cuando consideraba la restricción del sacerdocio. Los misioneros, que visitaron a Rickford al día siguiente a pesar de la acalorada orden de mantenerse alejados, continuaron haciendo frente a “muchas preguntas complejas” pero, durante el siguiente mes, Rickford continuó estudiando atentamente el Evangelio8.

En octubre escribió una carta a los misioneros que le estaban enseñando, en la que describía como un “milagro” el hecho de que continuara investigando a pesar de sus dudas. “Ustedes podrían decir que esto es un acto de fe”, escribió. Rickford expresó a los élderes que estaba comenzando a creer que no necesitaba comprender cada detalle antes de recibir el bautismo, creyendo que tal acto era tal vez la forma más segura de encontrar las respuestas que buscaba.

Un mes después, Rickford se bautizó. Más tarde reconoció que sus luchas y el salto de fe que estuvo dispuesto a dar contribuyeron a su firme testimonio de la Iglesia. “Mi investigación antes de mi bautismo fue un desafío muy grande y mi fe fue profundamente probada, sobre todo por el hecho de que yo no podría poseer el sacerdocio”, dijo más tarde. “Pero una vez superado eso y habiendo recibido una respuesta del Señor, una respuesta muy personal para mí, no me quedó duda alguna. Yo lo describo como avanzar por pura fe”9.

Vivir sin ello

Dos años después conoció a una mujer llamada June Brown-Stokes y le presentó el Evangelio. Ella se bautizó y poco tiempo después se casaron. Durante su noviazgo, George había tratado de ayudar a June a entender lo que su linaje y la prohibición del sacerdocio significarían para su matrimonio y su familia, pero para una recién conversa llevó tiempo asimilar realmente las implicaciones.

“Realmente no me di cuenta hasta que nos casamos y tuvimos nuestro primer hijo, Michael”, dijo June Rickford. “Recuerdo ver a los hombres jóvenes repartir la Santa Cena con Michael en mis rodillas y pensar: ‘Oh, Michael nunca podrá hacer esto’. Ahí es cuando realmente comprendí lo que George había estado tratando de decirme”10.

Aunque George Rickford pudo bautizarse en el Templo de Londres en forma vicaria por su padre, que había fallecido recientemente, la familia Rickford no podía sellarse en el templo, y la capacidad de George de prestar servicio en la Iglesia era limitada por el hecho de no poseer el sacerdocio. Pero ambos amaban el Evangelio y estaban dispuestos a hacer todo lo posible por servir.

Para Rickford, sus limitaciones en la Iglesia rara vez lo incomodaban. Recordó un breve momento de ansiedad cuando un amigo con quien había compartido el Evangelio se bautizó y, dos semanas después, él se arrodilló ante la congregación y bendijo la Santa Cena. “Yo estaba sentado en la congregación y pensé: ‘Yo ya llevo en la Iglesia siete años…’”, recordó. “Y por un breve espacio de tiempo empecé a sentir una pizca de resentimiento allí […]. Pero entonces se fue, y pensé: ‘No, yo me regocijo en Él’”11.

En 1975, Rickford escribió que aceptó la prohibición del sacerdocio “con fe, sin reserva alguna” y expresó su creencia de que, cualquiera que fuera su condición en ese entonces, Dios era justo. “Estoy agradecido de que el sacerdocio del Señor esté una vez más sobre la tierra, con sus correspondientes bendiciones, autoridad y responsabilidad. Para mí es mucho más importante cómo se utiliza que quién lo posee y quién no”12.

“Estoy agradecido de que el sacerdocio del Señor esté una vez más sobre la tierra, con sus correspondientes bendiciones, autoridad y responsabilidad. Para mí es mucho más importante cómo se utiliza que quién lo posee y quién no”.
George Rickford

“Una noche extraordinaria”

Rickford había sido maestro de Seminario casi desde el día de su bautismo y la tarde del 9 de junio de 1978 estaba acabando la última clase del año cuando sonó el teléfono en el edificio de la Iglesia. Alguien buscaba al presidente de estaca.

Rickford respondió a la llamada y encontró a Mike Otterson, jefe del Departamento de Asuntos Públicos en las Islas Británicas y amigo de Rickford, al otro lado de la línea. Cuando supo que el presidente de estaca no se encontraba, Otterson no pudo evitar compartir la noticia con Rickford.

“Él dijo: ‘¿Sabes? Esto es poco ortodoxo, pero tengo una carta aquí que realmente me gustaría leerte, George’”, recuerda Rickford. Entonces comenzó a leer el texto de la Declaración Oficial—2. La declaración extendía el sacerdocio a todos los varones dignos, sin importar su raza. La noticia fue tan inesperada que Rickford tardó un momento en comprender lo que estaba oyendo.

“Mientras él leía, me di cuenta de las implicaciones de lo que estaba leyendo y sentí que se me ponía la piel de gallina”, recuerda. “Terminó de leer y preguntó: ‘¿Todavía estás ahí?’. Yo le dije: ‘¿Dice lo que creo que está diciendo?’. Y él respondió: ‘Sí’”13.

Antes de salir corriendo al trabajo, Rickford garabateó una nota para su esposa y se la hizo llegar a casa. Cuando June la leyó, su maestra visitante, que se encontraba en casa de la familia Rickford, bailó con ella por toda la sala.

“Ella la leyó y eso es literalmente lo que hizo”, recuerda June. “Ella dijo: ‘¡Yupi!’. Y dijo: ‘¡Ustedes pueden tener el sacerdocio!’. Y comenzó a darme vueltas y más vueltas […]. Yo simplemente me senté en estado de trance. Me senté allí, sin poder articular una palabra”14. Durante toda la noche, George Rickford recibió una llamada tras otra, a medida que la noticia se propagó por todo el mundo.

Cuando George llegó a casa, June y él hablaron toda la noche sobre lo que esa noticia significaría para su familia. El cambio fue monumental. A la mañana siguiente, George Rickford fue ordenado presbítero en el Sacerdocio Aarónico. Dos meses más tarde fue ordenado como Setenta y se convirtió en el miembro de mayor antigüedad del Cuórum de los Setenta de la estaca; y dos meses después de eso, George y June Rickford se sellaron en el Templo de Londres, junto a sus cuatro hijos15.

Firmes en la fe

“Cuanto más entiendo el Evangelio, más cuenta me doy de que la fe en Dios y en Su Hijo es la base imprescindible para obtener mayor conocimiento y comprensión de Sus propósitos para la humanidad”, escribió Rickford en 1975. “Parece significativo que, cuando le pregunté a mi Padre Celestial con toda sinceridad si la Iglesia era verdadera, Él no me respondió: ‘Sí, es verdadera’ o ‘No, no lo es’. En vez de eso, Él me pidió que demostrara mi fe y mi confianza en Él y en los mensajeros que Él había llamado y enviado para darme el Evangelio restaurado. Desde aquel momento decidí ejercer más fe en los asuntos espirituales de lo que había hecho hasta entonces y dejar que el Señor me guiara en Sus sendas, porque Él sabía que mi corazón era justo y que solo deseaba encontrarlo y seguirlo a Él”16.

No mucho tiempo después de levantarse la prohibición del sacerdocio, Rickford fue contratado a tiempo completo por el Sistema Educativo de la Iglesia para trabajar en los programas de Seminario e Instituto en Inglaterra. En 1985, fue llamado como obispo del Barrio 2 de Birmingham. “No me arrepiento en absoluto de haberme unido a esta Iglesia”, dijo Rickford. “Por medio de ella he llegado a obtener un mayor conocimiento y testimonio de Jesucristo que mediante cualquier otro camino que haya recorrido en el pasado”17.